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El 6 de junio de 1944, un día inolvidable para los franceses
El 6 de junio de 1944, un día inolvidable para los franceses / Foto: Jean-François Monier - AFP/Archivos

El 6 de junio de 1944, un día inolvidable para los franceses

Los franceses Roger, Anne-Marie, Rolande y Andrée tienen más de 87 años y comparten el inolvidable recuerdo del desembarco de las fuerzas aliadas en Normandía el 6 de junio de 1944, durante la Segunda Guerra mundial.

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Eran en aquel entonces niños o adolescentes y el episodio los marcó para siempre, más que los años de la ocupación alemana de Francia. Cuentan que ese día tuvieron miedo como nunca y vieron la muerte de frente.

"Tenía 8 ocho años y me acuerdo como si fuera hoy, los paracaidistas cayeron en el jardín", dice Roger Sorel frente a su antigua casa en Angoville-au-Plain, cerca de Utah Beach, el nombre en clave que recibió un tramo de la costa en esta región del oeste de Francia.

"A las 8 de la mañana los estadounidenses nos dijeron: 'salgan rápido'. Caminamos 150 metros" cuando la casa fue destruida por una bomba, recuerda este octogenario. Encontró refugio con su familia en el establo de una finca vecina.

En medio de los encarnizados combates, se instaló un hospital improvisado en la iglesia, cuyos vitrales celebran hoy a los liberadores.

El enfermero Bob Wright y el camillero Kenneth Moore atendieron ahí durante tres días a 80 estadounidenses y alemanes, así como a un joven de 13 años.

"Había heridos por todas partes", recuerda Roger.

Otros no sobrevivieron a los bombardeos, como Marguerite, primera víctima civil de la localidad de Trévières. La mañana del 6 de junio, miraba los aviones girar en el cielo.

"Brillaba, era bello", recuerda su hermana menor, Anne-Marie, que entonces tenía 8 años.

Por orden del padre bajaron a la cocina, la pequeña sobre las rodillas de su madre y Marguerite, de 24 años, sentada en un banco cerca de la puerta de entrada.

- Murió cinco minutos después -

De repente hubo un ruido ensordecedor, polvo, cascajo y pánico. Anne-Marie y su madre salieron y se acostaron sobre el piso para evitar las esquirlas de otra bomba que alcanzó el objetivo: el puente junto a la finca.

Anne-Marie corre hacia el refugio construido por su padre. Marguerite no contesta a los llamados de su padre. La encontrará después en la casa, con un fragmento de proyectil en la espalda.

"Pasamos cerca de ella y ni siquiera la vimos", recuerda con tristeza Anne-Marie, la voz temblorosa. "Estábamos mirando a los aviones y murió cinco minutos después", continúa.

Su familia se trasladará a un refugio más grande, llevándose colchones y ropa de la finca, que será saqueada por los vecinos y ocupada por los estadounidenses.

Los militares, que llegaron a Omaha Beach, los retuvieron a punta de pistola para sacarlos del refugio, antes de prenderle fuego por temor a que escondiera alemanes.

Rolande Lemerre aún se acuerdo del ruido de las botas, cuando caminaban por las calles de Bazenville, a 6 km de la ciudad de Arromanches.

En la mañana del 6 de junio, la joven, que en ese entonces tenía 14 años, es enviada a comprar el pan en el pueblo vecino. Tras una serie de peripecias y justo antes de llegar a la granja, ve a un tanque parado frente a un soldado, los brazos en alto.

"Disparó y vi al alemán caer enfrente de mí. Tuve que pasar a su lado. Estaba muy emocionada", recuerda esta nonagenaria.

Andrée Auvray también recuerda cuando se topó con Rommel, un alemán que había dormido una noche en su granja requisada en la comuna de Sainte-Mère-Eglise, tres meses antes del famoso "día D", como se conoce al día del desembarco.

Auvray dará a luz apenas dos semanas después del histórico día, mientras acogía a "una multitud de personas" que huían de los enfrentamientos en Sainte-Mère.

El hospital estadounidense instalado en un campo cercano le envía los heridos. Una adolescente de 13 años llegó con un fragmento de proyectil en los pulmones, rememora esta comerciante jubilada de 96 años.

Antes de ser trasladada al hospital de Bayeux, le suplica a Auvray: "¡Oh señora! Déjeme morir en su casa, aquí estoy bien, he perdido a mi madre".

En el museo de Sainte-Mère, la jubilada sigue ofreciendo su testimonio a los visitantes. Lo hace porque tiene esta "necesidad de memoria". Y sobre todo, "de hacer entender a los jóvenes lo que es la libertad".

Ch.Mayr--MP