Un puñado de judíos de la "pequeña Jerusalén" de Ucrania rezan a la espera del "apocalipsis"
La sinagoga de Uman, a 200 km al sur de Kiev, está sumida en el frío y la oscuridad. Dos fieles se preparan para la ceremonia de la mañana, aunque sus voces se mezclan con el ruido de las sirenas que avisan de posibles bombardeos.
"Estamos todo el día en la sinagoga rezando, estudiando la Torá", dice a la AFP Odele, de 46 años, que partió de Israel hace un año para instalarse aquí, cerca de la tumba del reverenciado rabino Najman de Breslev, figura destacada de la cábala judía.
Mirando un libro de oraciones que ilumina con una linterna, Odele, con un fular en la cabeza y uno de sus hijos pegado a ella, ve en esta guerra que sacude a Ucrania una "señal anunciadora". ¿De qué? "Del mesías", dice.
"Estaba escrito, que empezaría con la guerra, y luego el apocalipsis", explica esta madre de nueve hijos y una de las dos únicas mujeres de la comunidad judía que permanece en Uman.
Hasta la fecha, no se han producido grandes combates en la ciudad y las fuerzas rusas todavía están muy lejos.
Pero las sirenas de alerta que suenan varias veces al días han llevado a casi los 500 fíeles judíos de esta "pequeña Jerusalén" de Ucrania a partir hacia Moldavia, a unos 130 km al suroeste.
Las últimas familias fueron evacuadas el martes y la comunidad de Uman cuenta ahora con sólo 30 personas.
- Libros sagrados -
Lugar de sepultura del rabino Najman de Breslev, fallecido en 1810, la ciudad atrae cada año a decenas de miles de peregrinos judíos jasídicos para el Año Nuevo judío.
En el barrio judío, como una pequeña ciudad en esta urbe de 80.000 habitantes, los comercios, hoteles, restaurantes kosher, salas de fiesta y clínicas están cerrados. Parece una ciudad fantasma.
Alrededor de la sinagoga, los pocos judíos que quedan se organizan para conseguir alimentos y saben dónde se pueden refugiar cuando sea necesario.
En el sótano donde normalmente se encuentra el "mikvé", el espacio para realizar los baños de purificación, se ha instalado un refugio.
A la salida de la ceremonia, un joven jasídico rusoparlante, vestido de militar pero sin armas, va con los milicianos locales ucranianos, que le dan salvoconductos.
El joven judío, que no quiere dar su nombre, cuenta que sirvió en el ejército israelí y, por tal motivo, asumió responsabilidades, como hacer de enlace con los milicianos locales. "Llegamos a un acuerdo", dice, sin dar más detalles.
"Seguimos con nuestra rutina: el que se quedó para rezar, el que quiso irse, fue su elección", dice otro miembro de la comunidad, Nevo Suissa, de 27 años, con una kipá negra y tirabuzones.
Este joven místico también está convencido de que estos días terribles son una prueba enviada por Dios a la comunidad.
"Es importante que sigamos aquí nuestros ritos cabalísticos, que haya oraciones. Nuestra oraciones influyen en el curso del mundo, tienen el poder de detener esta situación", asegura.
En su barracón bien caliente, Ohad Dror, de 36 años, enciende una vela de recuerdo en su ventana, e inicia su mañana de estudio.
Fuera, bajo una chapa de hierro, bajo la nieve, se han colocado pilas de libros sagrados, que no pueden ser ni tirados ni quemados, y que tendrán que salvarse como se pueda.
"Ahora los que se quedan son los que permanecerán hasta el final. Los que están aquí son los que no tienen miedo de la eternidad", concluye Ohad antes de volver a sus libros de oraciones.
A.Roth--MP