Niños que escaparon de la ciudad ucraniana de Járkov encuentran refugio en Italia
"Si tengo que morir, pues moriré. Pero tuve una vida feliz. Tuve la oportunidad de visitar Disneyland en París, Berlín y Sicilia", pensaba bajo las bombas que caían sobre Járkov, en Ucrania, Vika, de 16 años, rememorando los viajes que realizó con su familia de acogida italiana.
Cuando sonaban las sirenas antiaéreas, Vika se refugiaba en el subterráneo de una escuela y se envolvía en un saco de dormir, tratando en vano de dormir.
Para matar el tiempo, enseñó a sus compañeros de desgracia Burraco, un popular juego de cartas italiano.
La pesadilla terminó la madrugada del pasado 7 de marzo, cuando regresó a su habitación, llena de peluches, en la casa de sus "padres" italianos, en Cusago, cerca de Milán, después de un largo y duro viaje en tren y autobús, gracias a la asociación "I Bambini dell'Est" (Los niños del Este).
Creada en 2010, la asociación ayudaba inicialmente a los "Niños de Chernóbil" para que pudieran pasar un tiempo en Italia y otros lugares de Europa, de manera que respiraran aire limpio y redujeran la cantidad de cesio radiactivo en sus cuerpos tras el accidente nuclear de 1986.
La asociación extendió sucesivamente sus programas de acogida a los jóvenes de los orfanatos, como en el caso de Vika.
Desde el inicio de la invasión rusa en Ucrania a finales de febrero, los combates han sido intensos en Járkov. "Escuchábamos los disparos y el sonido de los misiles y veíamos columnas de humo negro. Muchos edificios fueron destruidos, como nuestro cine, que quedó con todas las ventanas rotas", cuenta Vika, todavía impresionada.
- Salir del orfanato -
Desde los nueve años, Viktoria Shakshyna -su nombre completo-, visita Cusago dos veces al año, para pasar los tres meses del verano y un mes en invierno.
Esas estancias le permitieron salir del orfanato de Járkov, donde residen los niños con padres con problemas de delincuencia, alcohol o precariedad laboral.
Vika, de rostro redondo y amplia sonrisa, no se imagina un futuro en Ucrania: "Este es mi hogar, quiero terminar la escuela e ir a la universidad", asegura en un italiano casi perfecto, mientras mira a su madre de acogida, Michela Slomp, una diseñadora gráfica, de 47 años.
Vika no había aún nacido en 1986, cuando explotó uno de los cuatro reactores de la central nuclear de Chernóbil, al norte de Ucrania, liberando millones de gases y materiales radiocativos, el equivalente como intensidad a al menos 200 bombas de Hiroshima y formando una nube radioactiva que se extendió por Europa.
"Los niños de la asociación no figuran entre los afectados directamente por el desastre, pero lo cierto es que en el suelo, en las verduras, hay radiaciones" en Ucrania, explica Federica Bezziccheri, presidenta de "I Bambini dell'Est".
Desde que estalló la guerra, su teléfono suena día y noche. La mayoría son familias italianas que tratan desesperadamente de contactar a sus hijos adoptivos o jóvenes ucranianos que tratan de escapar de la guerra.
"Vivimos la guerra en directo. Cuando llamamos a los niños por video, escuchamos el ruido de los bombardeos. En la televisión, reconozco los lugares destruidos, en lugar donde nos alojábamos en Járkov", cuenta desde su apartamento en Milán.
- Cavando trincheras -
"Las chicas cuentan que basta caminar cien metros por la calle para toparse con muertos. Los chicos se han apuntado como voluntarios, llenan sacos de arena o cavan trincheras", explica.
"Algunos jóvenes aseguran que es mejor correr el riesgo de quedar herido o muerto ayudando al propio país que morir como ratas dentro de una jaula en el sótano de un edificio", afirma.
Por el momento, la asociación ha logrado acoger a 280 refugiados en Italia.
La familia italiana de Yana Alieva, de 20 años, resolvió sacarla en enero de Járkov, antes del inicio de la invasión, y recibirla en su apartamento en Milán, de donde cuelga siempre del balcón una bandera ucraniana, azul y amarilla.
"Sentíamos que se acercaba la guerra", sostiene la madre de acogida, Carla Marini, una ingeniera de 56 años.
"Tengo el corazón roto, mi mundo ha desaparecido. Mi novio y mis amigos vivían en sótanos bajo las bombas antes de que pudieran mudarse a zonas más seguras. Temo por los que se quedaron", dice Yana, quien también fue criada en un orfanato.
La joven ucraniana de cabello negro y rasgos finos no oculta su ira. Antes de la guerra, "estábamos todos unidos, rusos y ucranianos, como un solo pueblo".
Pero ahora, "nos llaman 'nazis' y descubrimos cómo son realmente".
Estudiante de literatura, se matriculó en la Universidad Católica de Milán. Pero tiene la intención de regresar a Ucrania cuando termine la guerra y "participar en la reconstrucción" de su ciudad, para que "sea aún más hermosa".
D.Johannsen--MP